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Cultura "Made in Spain"

28 de Octubre de 2014

En este país, levantar la voz para denunciar comportamientos bárbaros con animales equivale a exponerse a la burla y al desprecio de ciertos individuos pagados de sí mismos que pasean la vanidad de su orgullo patrio, autoproclamándose guardianas de las esencias de la tradición nacional. El desprecio hacia la vida animal, al parecer, forma parte de nuestra idiotasincrasia hispánica, hasta el punto de convertir en "Fiesta Nacional" un espectáculo sangriento basado en la tortura de un animal hasta su muerte en un charco de sangre. ¿Qué a usted no le gusta esta hermosa manifestación de nuestras tradiciones seculares? Entonces debe ser usted uno de esos individuos despreciables por su escaso nivel de patriotismo, un espíritu débil y extranjerizado; usted no debe tener las venas lo suficientemente templadas como para apreciar y disfrutar de la contemplación de un toro mareado, apaleado, acorralado y escupiendo sangre a borbotones. Usted, probablemente sea un afeminado, que carece de los aprestos necesarios para regodearse en esta lucha a muerte entre el macho y la bestia. En la corrida de toros, mal que a usted le pese, hay arte. Porque, ¿hay algo más artístico que un hombre decorado con luminarias, vistiendo una especie de calzón brillante ajustado a su erecto miembro viril, exhibiendo poses de dominio sexual, durante un ritual de misa negra que gira en torno al sacrificio y muerte de un toro...? ¿Cómo alguien puede negar el carácter artístico de esta bella orgía de sangre, muerte y sado-masoquismo? ¿No ven, acaso, cómo disfruta el pueblo jadeando cada lance del espectáculo; cómo pide al oficiante de la ceremonia que arrime sus carnes y sus sudores a las castigadas epidermis del animal, hasta fundirse con él en un orgasmo salvaje? Y no se le ocurra, ¿vive Dios!, calificar la de "cruel". Porque crueldad es que usted, insensible antitaurino, pretenda suprimir esta inmensa fuente de placer erótico, este generador intensivo de energía orgonica para esta clase de supermachos que, desde su tierna pubertad, han "llevado el toreo en la sangre".

Si su vida erótica se reduce a los momentos de placer que comparte con personas del otro sexo; si es usted uno de esos aburridos incapaces de buscar sensaciones fuertes, al menos deje que los toreros se derritan de gusto matando toros. Y a ver si aprende de ellos, que aseguran que "jamás una mujer les hizo gozar tanto como un toro". Sí señor, ¡esto es la cultura "made in Spain"!. Dejad que allende los Pirineos sigan utilizando el viejo método de yacer cúbito-supino a la hora nocturna del buen holgar. Aquí en España nos lo hacemos a la brava; nuestras poluciones son a las cinco de la tarde, sobre la arena de la plaza, con la muchedumbre aullando, mientras el torero culmina su faena con 5 ó 6 pases de muleta, hasta meterla bien adentro en las entrañas del toro. No os preocupéis si los turistas salen asqueados de la corrida jurando no volver a asistir a pornografías de ese estilo. Son demasiado delicados para comprender la sutileza que encierra la fiesta española por excelencia. No os preocupéis tampoco por el descenso de público, por la críticas ingratas, por el desprestigio intelectual del toreo, por el declinar de la afición. No os inmutéis ante las insanas diatribas de los detractores de la fiesta, la ridícula propaganda de los defensores de los animales, o las venenosas plumas untadas de hiel de periodistas y escritores vendidos al enemigo. Nada de esto logrará acabar con algo tan nuestro como el descuartizamiento de bichos en público espectáculo. España seguirá divirtiéndose apaleando vaquillas, decapitando gallos, acribillando reses con lanzas o dardos, capando becerros, socarrando novillos y, por supuesto, concediendo a los toros bravos el altísimo honor de una muerte gloriosa en el ruedo. Inútiles son los esfuerzos de parlamentarios europeos por conseguir que en nuestro país se apliquen las leyes de protección animal, porque ¿qué gobierno verdaderamente español se atrevería a meter la mano en tradiciones tan arraigadas? Estad tranquilos pues, que nunca faltará quien vele por la pervivencia de nuestra hermosa fiesta taurina, haciendo frente a toda maniobra perpetrada por traidores vendepatrias de virilidad dudosa. A los guardianes del tesoro nacional español les sobra dinero, poder y prebendas; el mundo taurino puede que se tambalee, pero no será fácil hundirlo, pues tiene de su lado importantes fuerzas y poderosas armas que defenderán con tesón la fortaleza. Si los jóvenes abandonan las plazas de toros, lanzarán una campaña de imagen para remozar la corrida bajo prismas postmodernos. Y para que la próxima generación no deje a un lado la sana costumbre de llegar al éxtasis viendo a un animal hecho una piltrafa, fomentarán la presencia en las gradas de chavales (prescindiendo de inconveniencias menores derivadas de ciertas leyes sobre espectáculos cruentos), se asegurarán de que las cámaras de televisión retransmitan en vivo el acto, casualmente en horas de masiva audiencia infantil; y por supuesto, no olvidarán mover los resortes precisos para sufragar con dinero del bolsillo de cada español contribuyente las escuelas de tauromaquia, empeñadas en la noble tarea de enseñar a críos de diez años el arte de matar. Que no se hagan ilusiones, pues ilusione son esos bobalicones antitaurinos. Creen que sus argumentos a favor del toro servirán para lograr la abolición de las corridas. Pero ¿qué puede importar un toro cuando lo que está en juego es algo tan importante como el arte de matar con gracia, el placer de la sangre, la cultura nacional de España, el morbo de una tradición secular...? El toro sólo sirve para morir por tan altas metas; y orgullo de todo español de verdad ha de ser que su fiesta nacional esté siempre en el lugar más alto posible.

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