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Críticas al libro ¨El mito vegetariano¨

5 de Marzo de 2020

Crítica al libro "El mito vegetariano"

 

Por Virginia Messina, nutricionista, de su blog www.theveganrd.com/

 

Co-autora de Guía del Dietista para Dietas Vegetarianas: Segunda Edición

 

Lierre Keith sufre de numerosos problemas crónicos de salud. Sin haber diagnosticado la mayor parte de éstos, decidió que la dieta vegana que siguió por 20 años tenía la culpa. Pero no se contentó con agregar unos cuantos productos animales a su dieta. En su lugar, se abocó a demostrar que una dieta saludable requiere de grandes cantidades de productos animales y que la agricultura a pequeña escala es la respuesta a la sostenibilidad. Para demostrarlo, provee información de sitios web (¡se atreve a citar como una de sus fuentes a Wikipedia!)

 

Es casi imposible hacer una revisión crítica a este libro; está tan lleno de des-información y confusión que refutar las afirmaciones que hace necesitarían de otro libro entero. Este va a ser un post largo, y ni siquiera raspa la superficie de todos los problemas contenidos en The Vegetarian Myth.

 

Leí la sección de nutrición primero. Ya que es mi área de experiencia, asumí que me iba a dar una idea de la calidad de su investigación y análisis. Pero calidad no es un asunto importante aquí porque no hay investigación ni análisis. Keith no se molesta con fuentes primarias; ella depende casi exclusivamente de las opiniones de sus autores populares favoritos, lo cual presenta como prueba de sus teorías. Por ejemplo, cuando habla de la evolución y cómo afecta las necesidades nutricionales, y sugiere que “la evidencia arqueológica es incontrovertible,” ella está de hecho haciendo referencia al libro Protein Power (El poder de la proteína), escrito por dos médicos que no tienen experiencia alguna en evolución ni antropología. Es un truco astuto, por supuesto, porque no tenemos idea de dónde los autores de Protein Power obtuvieron su información. Al enterrar todos los verdaderos estudios de esta forma, ella hace que sea laborioso para el lector revisar los datos que provee.

 

Dudo que haya hecho esto a propósito. Y no creo que estaba siendo desordenada o perezosa, tampoco. Ella simplemente no entiende qué tan compleja es la investigación y definitivamente no sabe nada de nutrición básica. Peor aún, sus conclusiones están en deuda con la Weston A. Price Foundation, un grupo de poca credibilidad que basa sus recomendaciones en las opiniones de un dentista que escribió acerca de sus observaciones a poblaciones indígenas en los años 30.

 

Keith hace gran énfasis en el hecho de que los humanos ahora consumen alimentos—granos—que nuestros ancestros paleolíticos rara vez consumían. Pero nunca discute el hecho de que los lácteos, un alimento que ella promueve fuertemente, se halla en esa misma categoría. Lo que es más, mientras que los granos podían ser recolectados, molidos y consumidos por nuestros ancestros, los lácteos son 100% dependientes de la agricultura. El hecho de que el desarrollo humano normal –en la mayoría del planeta, por lo menos- resulta en una habilidad disminuida para digerir los lácteos, debería darnos un indicio de que el ser humano no evolucionó para consumirlos. Nada de esto siquiera se menciona en su libro.

 

En lugar de eso, tenemos página tras página de contradicciones, fabricaciones, y malinterpretaciones. No es sorpresa entonces que, dadas las fuentes que usa, Keith está tristemente confundida acerca de las grasas. Cree que la grasa saturada es necesaria para la absorción de vitaminas y minerales, que la grasa poliinsaturada es “low-fat o baja-en-grasas” y que tenemos un requerimiento dietario de colesterol. De hecho, no existe requerimiento dietario para tanto grasa saturada ni colesterol, y no hay ningún RDA para éstos tampoco. El hígado produce todo el colestrol que necesitamos. Y los dos ácidos grasos esenciales que necesita el ser humano —ambos insaturados— se encuentran en los alimentos vegetales.

 

En la página 172 ella sugiere que la ingesta de grasa se ha reducido en un 25% en los últimos 15 años. Treinta página más adelante dice que se ha reducido en un 10%. Uno pensaría que esta discrepancia la hubiese dirigido hacia la información correcta, en cuyo caso hubiera encontrado que la ingesta de grasa ha aumentado en los últimos 15 años. Entre los norteamericanos, la ingesta total de grasa ronda el 33% de las calorías y un tercio de eso es grasa saturada— así que su creencia en que los norteamericanos consumen 30% de sus calorías como grasa poliinsaturada es también un error.

 

Hay una sección extensa de desórdenes alimentarios con el argumento populachero de que la dieta vegetariana es una causa. Pero los expertos que han investigado el tema indican que las muchachas con anorexia con frecuencia escogen la dieta vegetariana para enmascarar su desorden alimentario. No existe evidencia —de acuerdo con estos expertos— que las adolescentes que son vegetarianas o veganas son más propensas que cualesquiera otras para desarrollar un desorden alimentario.

 

Como muchos anti-vegetarianos ella está vehementemente en contra de la soya, e insiste que ésta reduce los niveles de testosterona y por consiguiente el líbido masculino (no existe evidencia de esto) y a la vez especula que las niñas de descendencia negra en los Estados Unidos alcanzan la pubertad antes porque es más probable que estuvieren con asistencia social cuando eran infantes (programas como el WIC) y por lo tanto, a ser alimentadas con fórmula de soya. Es verdad que los bebés afro-americanos en los Estados Unidos tienen menos probabilidad que se les alimente con leche materna, pero no pude encontrar ninguna indicación de que se les alimentara con más fórmula de soya para infantes. Además, investigaciones recientes asocian a la proteína animal a una pubertad más temprana, y a la leche de vaca con el excesivo crecimiento en niños. No existe evidencia de que la soya este asociada a ninguno de los dos puntos que ella esgrime; de hecho, invwestigación preliminar reciente indica que la soya podría retrasar la pubertad en niñas.

 

En la página 227, ella indica que “Mark Messina, un promotor de la soya, piensa que los japoneses consumen 8.6 [gramos de alimentos de soya] por día,” o sea, menos de una cucharada. ¿De veras? Bueno, da la casualidad que yo estoy casada con Mark Messina, así que tengo una idea bastante completa de lo que él “piensa” acerca de la ingesta de soya. Pero aunque no lo concociera, podría leer el análisis que hizo en el 2006 de los índices de consumo de soya y que se publicó en la publicación médica (peer-reviewed) Nutrition and Cancer. Aparentemente, Keith no lo leyó porque hubiera visto que la ingesta de soya en Asia es equivalente a  1 a 1 ½ porciones o más por día. ¿Cómo se equivocó tanto? Fué porque ella no entiende que hay una diferencia entre laingesta de proteína de soya y los alimentos de soya. Una taza de leche de soya contiene alrededor de 7 gr de proteína de soya, así que los 8.6 a 11 grs de proteína que los japoneses típicamente consumen equivalen a por lo menos una porción al día. (Hay mucho más acerca de la soya en este libro, abordando todoas las crítitcas típcas, pero las voy a contestar en otro post; es un tema extenso.)

 

Tengo menos capacidad para evaluar su discusión de las consecuencias ambientales de la agricultura animal, aunque parece razonable asumir que se equivoca aquí tanto como en otras secciones. Algunas cosa sí resaltaron. Interesantemente, indica que de un poco más de 4 hectáreas en la finca Polyface Farm pueden producir suficiente comida para 9 personas por un año. Pero en su blog Say What Michael Pollan, el matemático Adam Merberg hace cálculos que sugieren que Polyface requiere más calorías en el alimento (para los pollos) que las que produce para alimento humano. Estos números no son paupérrimos como los de la cría intensiva, pero sugieren que no exite tal cosa como lo que llaman producción de carne sostenible.  (Para más detalle en los aspectos ambientales asociados a Polyface, recomiendo altamente la crítica de Adam al libro Omnivore’s Dilemma.)

 

Es cierto que Keith está fuertemente en contra de la cría intensiva de animales tanto por razones éticas como ambientales. Pero está convencida que la producción de alimento es imposible sin excremento animal, lo cual ignora el valor del uso de cultivos de legumbres para sombra en la producción de nitrógeno en el suelo.

 

Pero Keith no dejó el veganismo por su preocupación por el ambiente; ella lo dejó porque no se sentía bien. Muchos de sus errores están en confundir su deseo de comer un alimento con sus necesidades biológicas. Cuando decide comer su primer bocado de atún después de 20 años de vegana, dice “Literalmente no sé cómo describir lo que pasó después. […] Podía sentir cada célula de mi cuerpo –literalmente cada célula- pulsando. Y finalmente, finalmente estoy nutriéndome. Oh Dios, pensé: esto es lo que se siente estar viva.”

 

Esto, más que cualquier otra cosa, muestra la convicción de Keith de que su necesidad de carne tiene que ver con algo más que nutrición, porque la alimentación simplemente no funciona así. Comer un pedazo de atún, no importa qué tan deficiente estemos en el nutriente que éste aporta, no hace que todas nuestras células empiecen a pulsar. En realidad no causaría que uno siente mucho de nada. (¡A lo mínimo, uno tendría que digerir y absorber primero!)

 

Es ciero que algunos veganos están demasiado delgados y no son saludables. Ellos no consumen suficiente grasa o suficientes calorías o rehúsan suplementar con vitamina B12. O pueden cometer cualquiera de los errores que las personas cometen con cualquier tipo de dieta. Pero Keith insiste que la dieta vegana nos hace daño a todos –está 100% segura de esto– y eso simplemente no es cierto. Es una posición que no no tiene respaldo de la ciencia nutricional ni por simple observación de veganos a largo plazo, ni tampoco lo que son los niños veganos de nacimiento.

 

Interesantemente, ella nunca nos dice qué es lo que comió cuando era vegana, ni lo que come ahora que es omnívora. Excepto el hecho que menciona que antes consumía “todos los carbohidratos” (¿Todos? Con razón estaba enferma) y que ahora come principalmente animales y sus secreciones. Y mientras piensa que entiende a los “vegetarianos morales,” ella delata su desconecte total de una ética vegana a través de tres oraciones cortas en los párrafos que cierran el libro, “Yo he mirado mi comida a los ojos. He criado parte de ella, la amaba cuando ésta era joven e indefensa. He aprendido a matar.”

 

Por último, este es un libro triste. Lierre Keith ha sufrido de múltiples problemas de salud toda su vida y está desesperada por encontrar una respuesta.. Aterrizó en el vegetarianismo e inventó una historia para respaldar sus teorías. Sus intenciones pareciera que  vienen del corazón; ella se ve como una salvadora de vegetarianos y quiere que todos aprendamos de sus errores. Y este libro es recibido a brazos abiertos por aquellos que quieren creer que comer carne es saludable y justo. El problema es que no hay absolutamente nada en este libro que con precisión respalde esa conclusión.

 

 

 

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